Los Trastornos del Espectro Autista (T.E.A.) son una categoría clínica, una especie de cajón de sastre, donde se incluyen una serie de enfermedades neuronales que inciden en el desarrollo de los niños y en cómo se relacionan con los demás.
Son trastornos de tipo genético; es decir, de nacimiento. Hacen referencia a cómo se ha configurado determinadas partes de su cerebro.
Yo, que tengo familiares cercanos y conocidos que presentan algún trastorno de este tipo, te puedo decir que no son personas enfermas. Son diferentes. Su cerebro funciona de manera distinta. Tienen un pensamiento lógico y metódico, les cuesta entender la ironía y el doble sentido, tienen dificultades para desarrollar ciertas habilidades sociales (aunque se puede corregir con el tiempo), pero, en cambio, suelen tener mucha más memoria y desarrollan un pensamiento analítico superior a la mayoría de la `población.
El cine y la televisión han intentado normalizar, en cierto modo, a las personas con T.E.A. Especialmente a los que tienen síndrome de Asperger. Personajes como el protagonista de “The Good Doctor” o Sheldon Cooper de “Big Bang Theory” tienen esta condición. Evidentemente, como sucede en todo, existen diferentes niveles de desarrollo.
La palabra “autismo” continúa siendo un tabú para las familias. A ningún padre o madre le gusta escuchar que su hijo tiene autismo o un trastorno de espectro autista. Es un término estigmatizado. Pero hay que señalar que son niños normales y que con el tiempo, si se trata adecuadamente, pueden llevar una vida normal.
Solo hay que entender y adaptarse a sus particularidades. ¿Pero quién no tiene particularidades? Intentar uniformarlo todo, que todas las personas seamos iguales, es negar la realidad.
¿Qué es el T.E.A.?
La Clínica Mayo define el trastorno del espectro autista como una condición relacionada con el desarrollo del cerebro que afecta a la manera con la que el individuo percibe y se relaciona con su entorno. Lo cual tiene efectos directos en la interacción social y la comunicación. Esta condición incluye también toda una serie de patrones de conducta restringidos y repetitivos.
Es importante tener en cuenta que el T.E.A. no se puede curar; entre otras cosas, porque no es una enfermedad en sí. Estas características pervivirán en la persona que las tiene toda su vida. Lo que sí puede hacer es limar las dificultades que su situación le confiere mediante programas de terapia y de desarrollo de habilidades sociales.
El término “espectro” hace referencia a que bajo esta denominación se engloban varios trastornos en un abanico de diferentes síntomas y niveles de gravedad.
El T.E.A. se suele manifestar a los dos años de edad. De todos modos, hay que esperar hasta los 3, para diagnosticar el trastorno y su grado. Esto lo hace un neurólogo o un psiquiatra infantil mediante el empleo de pruebas clínicas como el encefalograma y la prueba de potenciales evocados auditivos. Un psicólogo, por ejemplo, no puede diagnosticar un T.E.A.
Algunos niños con T.E.A. tienen un desarrollo normal, estándar, durante el primer año de vida. Al llegar al segundo año, parece como si experimentaran un retroceso. Algunos de los síntomas del T.E.A. en niños pequeños es el retraso del habla, la dificultad para entender indicaciones simples, no mantienen el contacto visual, prefieren jugar solos, abstraídos en su mundo, parece como si no fueran conscientes de los sentimientos de los demás (aunque sí lo son), son repetitivos en sus juegos, desarrollan rutinas en su vida diaria y se alteran con el mínimo cambio.
En una guardería o en una clase de educación infantil, un niño con T.E.A. para algunos profesores o monitores, resulta un incordio. Ya que no se adapta a la pauta que siguen los demás niños. Por ejemplo, mientras tienen a los niños de la guardería sentados en corro, escuchando un cuento, el niño con T.E.A. se levanta y se pone a jugar con los juguetes. Digamos que en la infancia, estos niños requieren una atención personalizada.
Tipos de T.E.A.
Como venimos diciendo a lo largo de todo el artículo, el concepto T.E.A. engloba varios trastornos. La Universidad Internacional de Valencia indica que son 5:
- Autismo. Se manifiesta a los 3 años de edad y se caracteriza por una introspección pronunciada del niño, como si viviera en una burbuja. En una primera etapa muestra escasa o nula comunicación verbal, no muestra interés por los objetos, ni por llamar la atención de los padres y busca estar la mayor parte del tiempo solo.
- Síndrome de Rett. Este trastorno se da, principalmente, en niñas. Tiene un carácter regresivo. A partir de los dos años de edad, la persona que lo sufre experimenta un proceso degenerativo del sistema nervioso que se manifiesta en alteraciones de la comunicación, de la cognición y de la motricidad, tanto gruesa como fina.
- Síndrome de Asperger. El déficit de este tipo de autismo se da en el terreno de las habilidades sociales y del comportamiento, llegando a comprometer su desarrollo y su integración en el colegio. Suelen manifestar falta de empatía, dificultad para relacionarse con los demás y una obsesión por determinados temas, con frecuencia extraños para su edad, de los que llegan a convertirse en verdaderos expertos.
- Síndrome de Heller o Trastorno Desintegrativo Infantil. Suele aparecer a los 2 años, aunque a veces no se hace palpable hasta los 10. Coincide con otros trastornos de T.E.A. en que tiene repercusiones en el lenguaje, en la interacción social y en la psico-motricidad, pero se diferencia de ellos en que tiene un efecto regresivo repentino. Del que en ocasiones el niño es consciente y muestra su preocupación a los padres.
- Trastorno Generalizado del Desarrollo no especificado. En esta categoría se incluyen los casos que por sus síntomas heterogéneos no se pueden incluir en los otros tipos de T.E.A., antes descritos. Aunque no se puede establecer un patrón común, estos niños suelen presentar dificultades en la interacción social, en el lenguaje, tienen patrones de comportamiento repetitivos y sienten inclinación por actividades e intereses peculiares.
Aprender a vivir con T.E.A.
El T.E.A. acompañará a la persona durante toda su vida, condicionando en gran medida su desarrollo y su integración en la sociedad. Esto no quiere decir que no pueda llevar una vida normal, dentro de lo que entendemos socialmente como normalidad. Esto depende del tipo de trastorno y de su gravedad. Pero por lo que yo conozco de niños que en la infancia fueron diagnosticados con Síndrome de Asperger o con Trastorno Generalizado del Desarrollo (no especificado), algunos de ellos se han sacado una carrera universitaria y ocupan puestos de trabajo relevantes en el mercado laboral.
La psicoterapeuta Cristina Hormigos, que dirige un centro psicopedagógico en Albacete desde el 2021 y que ha trabajado con niños con T.E.A., marca que es fundamental abordar un enfoque interdisciplinar, donde intervengan de manera coordinada, profesionales de distinta índole como psiquiatras infantiles, psicólogos, terapeutas, pedagogos, orientadores, etc. A fin de identificar las necesidades del niño y ayudarle a superar sus dificultades.
No se trata, por tanto, de cambiar al niño, ni de curar su hipotética enfermedad, sino de dotarle de herramientas que le ayuden a superar las barreras que le provoca su trastorno.
En muchos casos se trata de desarrollar habilidades sociales. De trabajar la comunicación y la empatía. De proporcionar al niño recursos y muletillas que le ayuden a establecer una relación con los demás.
Esto, a su vez, mejora su autoestima y facilita su desarrollo. Estos niños son conscientes del aislamiento en el que se encuentran y quieren romperlo. Quieren ser como los demás niños.
Formar un equipo.
En el caso de los niños con T.E.A., como sucede con otros niños que padecen trastornos en el desarrollo, es clave saber crear un buen equipo donde los padres, el colegio y el centro terapéutico, al que acuden, remen en la misma dirección.
Después de todo, lo que queremos todos es que el niño lleve una vida feliz y que se vaya desarrollando con normalidad.
De nada sirve, por ejemplo, en los padres, obstinarse por negar la realidad y no ayudar al niño a superar sus limitaciones y a desarrollar sus potencialidades, que seguro que las tiene.
En este sentido, el psicólogo o el psicoterapeuta que lleva el caso, además de impartir las sesiones de terapia y llevar un seguimiento de la evolución del niño, suele ponerse en contacto con el colegio para hacer indicaciones de cómo adaptar la formación al niño en concreto y marcar pautas de cómo deben relacionarse los padres con el niño en casa.
La comunicación fluida entre las tres partes es fundamental. Llevar al niño a un centro psicopedagógico no va a resolver de por sí el problema, si desde casa y en el colegio no ponemos de nuestra parte.
Los padres debemos seguir las orientaciones que nos marcan los profesionales y buscar, entre todos, las mejores opciones para que el niño se desarrolle.
Un niño con T.E.A. no es un enfermo de por vida. Es un niño diferente, que se desarrolla de una manera distinta.