Medicamentos inmunosupresores

La medicina diagnostica las enfermedades. La farmacología desarrolla los tratamientos para curarlas, mitigarlas o mantenerlas a raya. En la mayoría de los casos, los tratamientos farmacológicos pautados por los profesionales de la medicina, solo hacen que paliar los síntomas que sufrimos ante cualquier proceso patológico. Rara vez estos medicamentos son la cura de la enfermedad al cien por cien. Son una ayuda a nuestro organismo para que este, se recupere.

Dentro de los tipos de medicamentos que podemos encontrar en el sector farmacológico encontramos una extensísima variedad: antiinflamatorios, antihistamínicos, anticoagulantes, analgésicos, antiácidos… y así, un largo etc. A parte de diferenciarse por su función, pueden catalogarse entre líquidos, sólidos, tópicos, internos, etc. Por otro lado, tenemos la sencilla clasificación que marca la OMS, la clasificación ATC (Anatómico, Terapéutico, Químico). De cualquier manera, existen infinidad de fármacos desarrollados para ayudar a nuestro organismo a superar las diferentes afecciones a las que se puede ver sometido. En algunos casos con suma eficacia, en otros con menor capacidad de acción.

Algunos de los tratamientos farmacológicos más habituales y, aun así, desconocidos, son los que se pautan con medicamentos de la categoría inmunosupresora. Este tipo de fármacos se encuentran disponibles en cualquier farmacia como la Farmacia El Ancla en donde nos han hablado sobre este tipo de medicamentos para que comprendamos el alcance y riesgo de los mismos. Los tratamientos inmunosupresores, constituyen un arma de doble filo en según qué circunstancias puesto que, su misión, como su nombre indica, es suprimir el sistema inmune. No todo es tan simple lógicamente, pero se trata de unos tratamientos a base de medicamentos muy agresivos con el organismo.

Sin embargo, los tratamientos inmunosupresores, son los que hacen posible que muchas de las enfermedades más duras y difíciles de enfrentar por el organismo, se estabilicen y pueda producirse una curación.

Inmunosupresión o supresión de nuestro sistema inmune

El término inmunosupresión lo dice todo. Un tratamiento de estas características en medicina, hace referencia a una categoría de medicamentos que hace que se reduzca la actividad y eficacia del sistema inmune. Se trata  de uno de los tratamientos más esenciales dentro de numerosos contextos clínicos que van desde la prevención del rechazo de órganos después de un trasplante, hasta el control de todo tipo de enfermedades autoinmunes.

Dado que las enfermedades autoinmunes son las que más se valen de este tipo de medicamentos, señalaremos que este tipo de enfermedades son aquellas en las que es el propio organismo el que ataca al organismo.

El sistema inmunológico del cuerpo, es una compleja y entramada red de células, tejidos y órganos que trabajan de forma conjunta con la misión de proteger al cuerpo de todo tipo de patógenos como bacterias y virus. En algunas ocasiones, esta compleja red de defensa, se torna hiperactivo y se decanta por atacar al propio cuerpo o hace imposible la aceptación de un órgano trasplantado, produciendo el rechazo, puesto que lo percibe como un cuerpo extraño (lo que en realidad es). En estos casos, los tratamientos inmunosupresores, se instauran con la finalidad de disminuir la actividad del sistema inmune, lo que conlleva una reducción de la inflamación y el daño tisular.

Estos medicamentos, actúan de diversas formas para inhibir la actividad del sistema inmunológico. Algunos de ellos, trabajan inhibiendo la activación y proliferación de ciertas células como pueden ser los linfocitos T. Otros ejercen su acción inhibiendo la producción de las moléculas que median en la respuesta inmunitaria, como son las citocinas. En tanto que los hay diseñados para inhibir la producción de ADN en las células inmunitarias, previniendo su multiplicación.

Dentro de los diversos tipos de medicamentos inmunosupresores que podemos encontrar en la práctica clínica, contamos con los corticosteroides, inhibidores de la calcineurina como la ciclosporina y el tacrolimus, agentes anitmetabolitos como el metotrextato y la azatioprina y, anticuerpos monoclonales como el rituximab y el infliximab. Cada uno de estos medicamentos, cuentan con unas indicaciones propias, efectos secundarios y dosificación propia. La elección del fármaco inmunosupresor adecuado para cada paciente, depende de varios factores, como la salud del mismo, su historial y sus necesidades individuales.

Como ejemplo, podemos hablar dentro del contexto de los trasplantes de órganos, donde los tratamientos con inmunosupresores son esenciales. Lo más habitual es que los pacientes que han pasado por un trasplante, deban tomar medicamentos inmunosupresores de por vida, con la finalidad de que no se produzca el temido rechazo del órgano. Este tipo de medicamentos, actúan reduciendo la respuesta del sistema inmunitario contra el órgano trasplantado, facilitando que el cuerpo lo acepte como propio y no como un enemigo.

Si nos pasamos al contexto de las enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple o las histiocitosis X (esta última considerada como enfermedad rara), los tratamientos inmunosupresores se utilizan para reducir la inflamación y el daño tisular generado por el sistema inmune, puesto que suprime la respuesta inmunitaria hiperactiva del organismo.

La otra cara de la inmunodepresión

Podemos decir que los tratamientos inmunosupresores son, en gran medida,  de los más utilizados y que mejor pronóstico proporcionan. Sin embargo, debemos hablar de la cara b de los tratamientos que inhiben o deprimen el sistema inmune. Son numerosas las personas que reciben un trasplante de órganos y deben tomar este tipo de tratamientos para evitar el rechazo. Así mismo, existen infinidad de enfermedades autoinmunes que son igualmente tratadas con inmunosupresores para evitar que este acabe con el organismo. Por otro lado, encontramos enfermedades agudas como la neumonía que se tratan con corticosteroides, que se consideran dentro de este grupo y ofrecen una excelente capacidad antiinflamatoria.

En resumen, alergias, enfermedades autoinmunes de todo tipo, trasplantes de órganos o enfermedades que afectan a los órganos provocando grandes inflamatorias y determinadas respuestas del sistema inmune, se tratan con medicamentos supresores del mismo. Esto conlleva en la mayoría de los casos, una serie de efectos adversos de los que el paciente, debería tener constancia.

Cuando se trata de tratamientos cortos, los efectos se revierten una vez finaliza la toma. Sin embargo, cuando hablamos de tratamientos prolongados o de por vida, la cuestión cambia y, estos efectos más que adversos son totalmente indeseados.

El propio término lo deja claro, se trata de fármacos diseñados para inhibir el sistema inmune. Esta inhibición conlleva una serie de consecuencias, puesto que es el equivalente a eliminar al ejército de un país y dejarlo expuesto a los agentes externos o el enemigo. Al instaurar en un paciente, sea por la razón que sea, un tratamiento inmunosupresor, lo que se está haciendo en realidad es incapacitar al sistema defensivo del organismo. De esta manera el propio sistema tiene menor capacidad para detectar y destruir las células malignas o infecciones, incluyendo aquellas que pueden llegar a desarrollar un cáncer.

El efecto es similar al que produce la infección por VIH que debilita el sistema inmunitario de tal manera que aumenta el riesgo de que se desarrollen el temido cáncer o cualquier patología de grado leve, termine en algo de mayor gravedad.

Las últimas investigaciones han dado como resultado unos datos poco favorables para las personas que tienen un trasplante de órgano. Debido a los tratamientos agresivos que reciben para inhibir el rechazo, adquieren mayor riesgo de padecer muchos tipos de cáncer diferente. Algunos de los cuales se producen por agentes infecciosos. Lo cuatro tipos de cáncer más comunes en las personas que han pasado por un trasplante de órgano son el linfoma no Hodgkin, los cánceres de pulmón, riñón e hígado. El primero de ellos, puede originarse a causa de la infección del virus Epstein-Barr, mientras que el de hígado puede producirse a consecuencia de una infección crónica por los virus de la hepatitis B y C. Por lo general, el cáncer que afecta a pulmón y riñón, no se asocian a ninguna infección.

En la misma línea, los enfermos de VIH, tienen los mismos riesgos de padecer cáncer a consecuencia de los agentes infecciosos. Esto es sencillo de entender, si comprendemos que los tratamientos inmunosupresores actúan del mismo modo que lo hace el virus de la inmunodeficiencia humana, aunque de forma controlada.

Podemos decir en conclusión que, a pesar de que los tratamientos inmunosupresores son de gran ayuda y eficacia para el tratamiento de cientos de enfermedades, sus efectos secundarios, pueden ser muy negativos. Al reducirse o inhibirse la actividad del sistema inmunológico, esos medicamentos posibilitan el incremento de sufrir infecciones. El cuerpo es incapaz de combatir a los patógenos que entran en el organismo con la eficacia habitual, por lo que no solo puede aumentar el riesgo de cáncer, sino el de sufrir cualquier enfermedad menor que desemboque en un problema de mayor gravedad.

Basta con entender que el sistema inmunitario del organismo es semejante a las fuerzas de seguridad de un país o ciudad, unidos al sector sanitario. Si se anula la capacidad de actuación de esos sistemas de seguridad, de los cuales, cada uno tiene su misión particular, el sector sanitario no podrá realizar sus funciones adecuadamente. El resultado ante una invasión, puede resultar catastrófico, si los enemigos cruzan las fronteras y los defensores están anulados y no tienen capacidad de acción. En el cuerpo, sucede lo mismo. La exposición a los agentes externos es continua, aunque no la notamos porque el sistema inmune, frena la invasión.

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