No sé si tú tienes familia en el pueblo, pero si la tienes, me vas a entender enseguida. Yo tengo a mi abuela, que vive en una aldea de esas que no salen ni en el mapa. Literal. Tiene tres calles mal contadas, la iglesia, una fuente y cuatro casas más. Bueno, y vacas. Y gallinas. Y silencio. ¡Mucho silencio! Pues ahí vive mi abuela. Y cuando pasa algo malo, todo me da más miedo, porque no sé nada de ella. Porque no puedo llamarla. Porque si no contesta, no tengo forma de saber si están bien o si le ha pasado algo.
La última vez fue hace unos días, cuando se fue la luz en toda España y en varios países de Europa durante varias horas. Intentamos llamarla mi madre y yo, y nada, porque nosotros tampoco teníamos ni luz ni señal para poder llamar a nadie.
Y claro, como vive a más de 200km, ahí empieza el agobio. El de no saber si está sola, si se ha caído, si tiene comida, si tiene frío.
Me tiré más de cinco horas refrescando el WhatsApp, ¡como si eso sirviera de algo!
Lo de las inundaciones ya fue otra historia
Esto fue antes, en invierno. No sé si te acuerdas, pero en Valencia cayeron unas lluvias loquísimas. En los pueblos fue todavía peor, porque el agua bajaba por las montañas sin parar. Mi abuela vive cerca de un barranco. Y claro, se desbordó. No entró agua en su casa de milagro, pero se quedó totalmente aislada. Sin luz, sin teléfono, sin internet… Una señora de ochenta y muchos años, sin saber si alguien iba a aparecer por allí o si tenía que arreglárselas sola… y sí, que vive en Valencia porque no quiere venirse con nosotros, porque quiere mucho su independencia. Y lo respetamos, pero cuando pasan estas cosas… ¡nos asustamos mucho!
Mi madre no paraba de decir: “Esto no puede ser. No puede ser que en 2025 todavía no haya forma de que una mujer mayor esté conectada con su familia”. Y yo pensaba lo mismo. Porque una cosa es que vivas en el campo porque te gusta la tranquilidad, y otra que no tengas ni una forma de decir: “Estoy bien”. Que parece lo mínimo. Un mensaje. Un icono. Una llamada de diez segundos. No sé, algo.
Internet por satélite: la primera vez que lo escuché
Total, que un día, en clase, un profe empezó a hablar de tecnologías nuevas y dijo algo que me hizo levantar la cabeza: “Hay empresas que están llevando internet por satélite a zonas rurales donde antes no llegaba nada”. Me sonó a película de ciencia ficción, pero al mismo tiempo pensé: “Esto es justo lo que necesita mi abuela”. Así que esa misma tarde me puse a buscar. Así fue como descubrí Conéctate35, una iniciativa de Hispasat para llevar internet vía satélite al mundo rural, y cómo los descubrí.
No es lo típico de “llamas a Movistar y te lo ponen en dos días”. Esto va distinto. No es que conecten tu casa al cable, porque en los pueblos no hay cable. Lo que hacen estas empresas es instalar una antena especial que se conecta con un satélite que está en el cielo (bueno, en el espacio, pero ya me entiendes) y que manda internet directamente a esa casa.
Da igual si hay cables o no, da igual si estás en una montaña, da igual si no hay torres de telefonía cerca. Funciona, que es de lo que se trata.
Convencer a mi abuela fue otra guerra
Se lo conté a mi madre, y le pareció una pasada. Pero claro, luego había que hablar con la abuela. Y ya sabes cómo son las abuelas con estas cosas. Para ella, el microondas todavía es algo sospechoso. Así que imagínate cuando le dijimos que íbamos a ponerle una antena en el tejado para que pudiera tener internet desde el espacio.
Primero dijo que no, que no quería que su casa pareciera una nave. Luego dijo que eso era carísimo. Y luego dijo que total, ella no necesitaba internet para nada. Hasta que le expliqué que no era para ver vídeos de gatos ni para jugar al Candy Crush.
Era para poder hablar con ella cuando pasara algo. Para que pudiera decirnos si estaba bien, si necesitaba algo, o simplemente si seguía viva. Así, tal cual. Porque suena fuerte, pero es así. En los pueblos pequeños, si te pasa algo, nadie se entera hasta que ya es muy tarde.
Vinieron a ponerlo y fue todo bastante fácil
Una empresa de las que encontré tenía instalación gratuita para mayores. Solo había que pagar una pequeña cuota al mes. Vinieron dos técnicos, bastante majos, y en un par de horas lo dejaron todo listo. Pusieron una antena pequeña, que casi ni se ve, y un router dentro de casa.
Lo probaron con sus móviles, y funcionaba. ¡Internet en casa de la abuela! ¡Por satélite! Yo lo estaba flipando.
Después tocó enseñarle a usar el móvil. Porque una cosa es tener internet, y otra saber usarlo. Le pusimos un móvil sencillo, con solo cuatro botones: uno para llamar a mi madre, otro para llamarme a mí, otro para emergencias, y otro para WhatsApp. Le enseñamos a mandarnos audios. Y ya está. No necesitaba más.
La primera vez que me mandó un audio casi lloro
Era un domingo por la tarde. Estaba yo en casa, haciendo nada, y de repente me vibra el móvil. “Audio de la abuela”. Lo pongo, y se escucha su voz, toda temblorosa: “Hola, cariño, solo quería decirte que estoy bien. Hoy ha llovido un poco, pero ya se ha quitado. Me acuerdo mucho de ti. Un beso”.
Se me cayeron las lágrimas, te lo juro. No por lo que dijo, sino por lo que significaba. Por primera vez, no tenía que esperar a que alguien fuera al pueblo a verla para saber que estaba bien. Por primera vez, podía escuchar su voz cuando quisiera. ´
Y ella también podía mandarnos cosas sin tener que depender de nadie.
Ya no tenemos que estar con el corazón en un puño
Ahora, cada vez que hay una tormenta, o que pasa algo raro, le mando un mensaje: “Abu, ¿todo bien?”. Y al rato me responde con un audio, o con un emoji de un corazón, o con un “sí, hija”. Y se me pasa el susto. Ya no hace falta que mi madre se monte en el coche y conduzca dos horas para comprobar que no se ha caído o que no le ha entrado agua en la casa.
He aprendido más con esto que en todo el instituto
Suena exagerado, pero es verdad. Todo esto me ha hecho pensar un montón. En cómo usamos internet para todo, pero a veces no lo valoramos. En lo fácil que es hablar con alguien cuando tienes conexión, y lo angustiante que es cuando no tienes ninguna forma de saber si está bien.
También me ha hecho ver que hay empresas que sí se preocupan de estas cosas. Que no todo es vender móviles carísimos o poner anuncios en YouTube. Hay gente que trabaja para que los pueblos no estén desconectados. Para que las personas mayores puedan hablar con sus nietos. Para que un apagón no sea sinónimo de aislamiento total.
Mi abuela ahora hasta manda memes
Te juro que no me lo invento. El otro día me llegó una imagen por WhatsApp. Era una foto de una gallina con gafas de sol y ponía: “Aquí esperando a que lleguen los domingos de paella”. Y me lo mandó mi abuela. Me reí muchísimo. No por el meme, que era cutre, sino porque ella, a sus casi noventa años, ya se maneja mejor que mucha gente joven.
Le hemos puesto también una tableta, con letras grandes, y a veces le ponemos videollamadas. Nos enseña lo que ha cocinado, el huerto, el gato… y nosotros le enseñamos lo que comemos, o el parque donde estamos, o la ropa que nos hemos comprado.
Es como si estuviéramos más cerca. Y eso, para mí, lo es todo.
Que no se quede solo en mi abuela
Ojalá esto no sea una excepción. Ojalá todo el mundo que tenga a alguien mayor en un pueblo se plantee hacer lo mismo. Porque ya no es tan caro, ni tan difícil. Solo hace falta querer. Solo hace falta entender que nadie merece estar aislado.
Yo ya no tengo ese miedo horrible de antes. Sé que mi abuela puede mandarme un mensaje si algo va mal. Sé que puedo llamarla en cualquier momento. Y ella también lo sabe. Está más tranquila. Se siente más segura. Y yo, pues también.
Así que si me preguntas qué regalo ha sido el mejor este año, te lo digo clarísimo: internet por satélite para mi abuela. Ni ropa, ni maquillaje, ni viajes. Que ella esté bien. Que ella esté conectada. Que pueda mandarme un audio diciendo “buenas noches”. Eso vale más que cualquier cosa.
Y tú, ¿ya has hablado con tu abuela hoy?